🌿Sobre hacedores, habladores y críticos: una mirada interior a la condición humana

A veces parece que el mundo está dividido en tres tipos de personas: los que hacen, los que hablan y los que critican. No es cuestión de inteligencia ni de talento, sino de actitud frente a la vida, frente al compromiso.

Están los hacedores , aquellos que no esperan a que las cosas sucedan, sino que las ponen en marcha. No tienen miedo al error porque saben que equivocarse es parte del camino. Trabajan en silencio, muchas veces sin reconocimiento, pero con la dignidad intacta. Son los que construyen, los que insisten, los que se levantan cada vez que caen. Su fuerza no está en hablar, sino en actuar. Y aunque no siempre tienen razón, siempre están presentes. No necesitan micrófonos ni aplausos; les basta ver cómo lo que emprendieron empieza a tomar forma, incluso si otros se llevan el crédito. Los hacedores son como raíces bajo tierra: invisibles, firmes, nutriendo lo que florece.

Después aparecen los habladores , que llenan el aire con promesas que nunca cumplen. Tienen respuestas para todo, proyectos en el discurso, soluciones que nunca llegan. Su energía reside en convencer, en parecer ocupados, en mantener la ilusión de que hacer algo es tan solo decir que lo harán. Algunos hasta creen en sus propias palabras, pero al final, su discurso queda suspendido en el vacío, sin dejar huella. Muchas veces no son malintencionados, simplemente viven en una burbuja donde pensar algo equivale a haberlo hecho. Pero por más brillantes que sean sus ideas, estas se quedan en el limbo de lo posible, sin cruzar jamás la frontera de lo real.

Y por último, los críticos , que vigilan desde la distancia, señalando errores como si eso fuera suficiente. Ven el trabajo ajeno no como una oportunidad de aprender, sino como un blanco fácil. Nunca proponen, solo desgastan. Su mirada es aguda, pero fría; su palabra, precisa, pero cruel. Creen que juzgar es contribuir, cuando en realidad, solo amplían la sombra del desaliento. A menudo se rodean de otros críticos, formando coros que resuenan entre sí, alimentándose de la insatisfacción ajena. No ven el riesgo, ni asumen responsabilidad. Para ellos, la perfección es excusa suficiente para no comenzar.

Una sociedad verdaderamente viva necesita de los tres, claro. Pero si solo hay habladores, se convierte en un eco de palabras vacías. Si solo hay críticos, se ahoga en su propio juicio. Y si solo hay hacedores, sin espacio para reflexionar o mejorar, puede perderse en el ruido del hacer por hacer.

Pero donde realmente avanza un país, una comunidad, una causa, es cuando los hacedores abren espacios para que otros también hagan, cuando escuchan a los que hablan bien y proponen, y cuando los críticos usan su voz no para destruir, sino para señalar caminos más justos y humanos. La diferencia no está en quién tiene razón, sino en quién se mueve, quién se involucra, quién se juega algo.

Porque al final, lo que define a una persona no es cuánto sabe o cuánto dice, sino cuánto se juega. Cuánto está dispuesta a poner sobre la mesa. Porque el mundo sigue adelante gracias a quienes no temen ensuciarse las manos, mientras otros aplauden, discuten o callan.

En cada uno de nosotros hay un poco de esos tres mundos. Hay días en que actuamos, otros en que soñamos en voz alta, y algunos en que nos sentimos con derecho a opinar sin aportar. Pero quizás el desafío más humano sea preguntarnos: ¿en qué lugar me encuentro hoy? ¿Estoy ayudando a construir, a imaginar o a desarmar?

Porque al final, nada grande se hizo sin manos que trabajaran, sin voces que inspiraran, sin miradas que advirtieran. Pero lo realmente transformador ocurre cuando los hacedores no olvidan escuchar, los habladores deciden actuar y los críticos se animan a participar.


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